Mi abuela, la loca o cómo volverse poeta
Título del libro: Mi abuela, la loca
Autor: José Ignacio Valenzuela
Ilustraciones: Patricio Betteo
Primero pensé: es un libro sobre las relaciones familiares. Después de unas páginas: es sobre aceptarse a sí mismo; finalmente - sin excluir los dos primeros pensamientos - llegué a la conclusión de que es un relato que va revelando qué es ser poeta. En el diccionario del Colegio de México podemos encontrar dos definiciones de la poesía:
1 Uso artístico de la lengua que generalmente se vale del verso (medido o no, con rima o sin ella), las metáforas, las imágenes y otros recursos para expresar alguna cosa, como las ideas o los sentimientos del autor —poesía lírica—, las hazañas de un héroe —poesía épica—, etc.
2 Composición poética; poema: “¿Te sabes alguna poesía de Rubén Darío?”
Si tienen que explicarle a un niño lo que es la poesía, ¿qué tan claro le va a quedar con dichas definiciones? Me parece que le puede quedar mucho más claro mediante la lectura de Mi abuela, la loca porque define lo que es la poesía con los sentidos. Vicente, que es el narrador y protagonista, experimenta lo que es la poesía y ésta se va revelando poco a poco, de forma natural.
Y es que la poesía está en todas partes, nada más hace falta darse un tiempo o encontrar un lugar adecuado para experimentarla.
Al principio, Vicente considera que su abuela está loca porque se comporta de una forma que no tiene sentido para él y no tiene ganas de ir a visitarla. Sin embargo, un día, la abuela se da cuenta de que los dos tienen algo en común y de ahí se crea un lazo muy fuerte entre los dos personajes. Comparten un gusto por “encontrar las palabras para describir palabras comunes”. En palabras más “técnicas”, les gusta jugar con la función poética de la lengua, una de las principales características de la poesía.
Con su abuela, Vicente va a jugar a “describir palabras comunes” pero no solo con la vista sino también con sus otros sentidos. Al principio piensa que si tiene los ojos cerrados no puede describir nada, aún así, lo intenta, alentado por su abuela y se da cuenta de que puede percibir aún más cosas de esta forma.
En esta parte de la lectura se puede incluso hacer una pausa. Podemos experimentar también la sensación que nos transmite una flor o cualquier otro objeto. Podemos jugar nosotros también a ser poetas. No solo con el sentido del tacto, sino también del oído y del olfato. Podemos cerrar los ojos y escuchar el viento, incluso el silencio, o una melodía, oler la tierra mojada, un perfume etc.
Más adelante, Vicente se pregunta cómo se escribe un poema, ya que no basta con saber palabras, falta algo más: los sentimientos (función emotiva). Así es cómo Vicente escribe su primer poema. Quería ganarse un premio para regalárselo a su abuela ya que ella nunca se ganó alguno y él pensaba que para ella era muy importante. Y con esta aventura, la abuela le deja una última enseñanza: los premios no importan, que Vicente se convierta en un poeta que escribe “con los ojos, con la voz, con los oídos”, eso es lo que cuenta.
Por esto, Mi abuela, la loca es también un libro que nos enseña a aceptarnos a nosotros mismos y a la vez darnos cuenta de que no estamos solos, a pesar de que puedan considerarnos “raros”, en algún momento también encontramos a alguien muy parecido a nosotros, y al ser “raros” - o en el caso de Vicente y su abuela “locos” - juntos nos sentimos bien. A Vicente - que se llama a sí mismo un “nerd” - va a dejar de importarle que sus compañeros de clase se rían de él y de su abuela ya que con ella descubre que le gusta escribir poesía y le gusta pasar tiempo con ella. Desde el título, se nos presenta a la abuela como “loca” aunque cabe mencionar que el adjetivo “loca” va a cambiar de significado, o más bien va a pasar de una connotación negativa a una positiva. Al final la abuela le dice a Vicente que él también está un poco loco. Los dos están locos porque los dos son poetas: estar loco toma una dimensión positiva.
En este relato vemos cómo nuestras relaciones con los demás influyen en la construcción de nuestra identidad. Aunque criticaron al filósofo existencialista Jean-Paul Sartre por esta frase: “El infierno son los otros”, si la volvemos a poner en contexto, simplemente es eso: no puedo vivir sin los otros porque construyo mi ser (mi identidad) con y a pesar de ellos. A Vicente ya no le importan las risas de los compañeros cuando ven a la abuela esperándolo afuera de la casa con su extraño sombrero. Ya no se avergüenza de ella porque ya la entiende, disfruta de su compañía y de lo que le puede enseñar. La abuela le regaló una libreta para escribir. El último capítulo lo escribe Vicente ya más grande, es escritor pero nos confiesa que esperó muchos años antes de usar la libreta que le había regalado su abuela. Cuando decidió estrenarla fue para escribir Mi abuela, la loca. La libreta puede verse como un símbolo de lo que le heredó su abuela: la poesía.
Al cerrar este libro, los niños pueden preguntarse qué están heredando (gustos, ocio, habilidades etc.) de sus familiares pero también de otras personas - esos “otros” que nos ayudan a construir nuestro "yo". Los adultos, podemos hacernos la misma pregunta, tomarnos un momento para pensar en los que ya no están pero siguen presente por el impacto que tuvieron en nuestras vidas, en nuestro “yo” y podemos preguntarnos qué queremos heredarles a los otros.
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Foto de Andre Furtado en Pexels |
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