Cuento navideño Noche de paz y alegría


Noche de paz y alegría

Era de noche, una niña veía por la ventana cómo caía lentamente la nieve, abría muy grande sus ojos por lo hermoso que le parecía este espectáculo. 

Afuera no se escuchaba nada, era una noche silenciosa, los copos de nieve iban juntándose cubriendo poco a poco jardines, casas y montes. La niña agarró una mantita y se sentó en un sillón que estaba al lado de la ventana, se acomodó y se dejó mecer por el movimiento lento de la nieve. Ya se estaba quedando dormida cuando le llegó un olor a galletas. Abrió sus ojos, en la mesita, al lado del sillón, había una taza de chocolate caliente y unas galletas recién hechas. Agarró con cuidado la taza, se la llevó a la boca, le dio un sorbo al chocolate. Era una delicia. Afuera, la nieve y el frío; adentro, el chocolate y el calorcito. 

Se le iluminaron los ojos, ¡mañana le esperaba un día de juegos en la nieve! Como cada año, iba a hacer un muñeco de nieve, andar en trineo por el pueblo y participar en la ritual batalla de bolas de nieve con los vecinos. ¡Se sentía tan contenta! Ya se le había quitado el sueño ... la noche le iba a parecer eterna.

Le hubiera gustado salir en ese mismo momento, ser la primera en pisar la nieve aún intacta, escuchar el crujir de ésta, sentir las botas hundirse en ella. Nunca se cansaba de esta sensación, cada año le parecía que la vivía por primera vez y ahora sentía que su corazón iba a estallar de tanta alegría. 

Escuchó algo, prestó más atención, se escuchaban unos pasos muy decididos, se dirigían hacia la sala, volteó hacia la puerta. Apareció una sombra por el umbral, ¡parecía ser un oso! Dio un paso para entrar a la sala, la luz de la vela lo iluminó un poco ... era sólo su hermano que traía una enorme chamarra, un gorro chistoso y unos gruesos guantes. -¿Vienes?, le dijo con una voz y una sonrisa que no dejaban lugar a dudas de que a él también le había ganado la fiebre de la nieve. Ella corrió por su chamarra, su gorro y sus guantes; alcanzó a su hermano en la puerta de entrada.

Abrieron la puerta que rechinó por el frío invernal, se quedaron un momento de pie en la puerta, disfrutando del silencio. No se veía ninguna luz en las demás casas, todo el mundo estaba dormido, iban a ser los primeros en estrenar la nieve. Dudaron un instante en pisar este manto blanco que brillaba un poco bajo el cielo estrellado. Les pareció que era mágico, como si en cualquier momento unos duendes iban a salir de su escondite detrás de los árboles para empezar a hacer travesuras. Las luces navideñas que ahora estaban apagadas iban a prenderse y unos renos se los iban a llevar a pasear en trineo por el pueblo.

De pronto escucharon algo detrás de ellos, sospecharon lo peor: su mamá los había descubierto e iban a tener que meterse a la casa. Voltearon para atrás, no había nadie, debía haber sido el viento el que había hecho moverse un poco la puerta. El hermano y la hermana se echaron una mirada, les llegaba el olor a galletas recién horneadas. 

- Y, ¿si seguimos viendo la nieve por la ventana comiéndonos unas ricas galletas? propuso la hermana. El hermano se quedó viendo hacia la nieve, no podía pisarla todavía, aún quería contemplarla. Los hermanos se quitaron chamarras, gorros y guantes. Se sentaron en el sillón y aunque quedaron algo apretados, debajo de la mantita, muy calentitos, mientras veían caer la nieve, se dejaron llevar al país de las maravillas.

Mylene


 

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